Me fui volviendo una parte aparte –de mí, de todo. Una horma de carne y huesos prensando mi existencia. Mis siglas surgieron de un puñado de letras; destino ceñido por un nombre, un nombre más en la incontable lista de lo humano. Molde único, vasija auténtica, destino común. Jugué todos los juegos que juega la humanidad. Aplaudí reiteradamente el show de la vida, sentado en la primera fila del circo bestial. No pude controlar lo incontrolable, pero supe dejar intacta mi facilidad de equivocarme en nombre propio. Jugué a ser y fui. Vaya gratuidad. Y pensar que muchos se insuflan ante ello, cuando es por ello que deberían sentirse desgraciados. No puedo seguir jugando; si acaso juzgando. Muerto Dios quedamos sus huérfanos para dorarnos la píldora y adorarnos mientras dure.
Punto y aparte.