Quiero que el odio venga después de servir la cerveza. Que su espuma provoque mi vómito. Que se ponga amarilla y sosa mi cara de nopal. Que muerda mi asta bandera en su rugido vertical. Que me saque la pus y la leche. Que se afane en chupar hasta el último rastro de fósforo en mis huesos. Que se detenga en los dientes para que la sonrisa finja un ataque. Que se quede en la puerta, bajo la cruz que condena a los primogénitos. Que desespere. Que escampe. Que le broten escamas. Que ruede como pepinillo. Quiero que el odio me enseñe a ultimar aquellos días de celo. La sobredosis de testosterona. La falla sistémica en mi ordenador. Quiero que tenga la fuerza de la manada y la quietud de un lobo. Y quiero que sea así, sin pensarlo demasiado, sumergiendo su cabeza bajo el agua, mirándole la nuca mientras burbujas ansiosas representan su adiós y su muerte. Y ya.
La amable explosión esta
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La lenta, casi imperceptible marcha de todo continúa en sus revoluciones y
sus inescapables giros. No hay manera de saber cómo, pero es ineludible el
he...
Hace 3 años