Adoro ver esos viejos rostros conocidos, hinchados por el tiempo; cuerpos flácidos y obesos que contienen a un animal derrotado; recuerdo sus días menos malos –sería injusto llamar a esos, días de gloria –cuando en pleno fervor del poder alzaban el buche, la voz y la mirada como si encarnaran a una divinidad. Para mí nunca pasaron de ser unos pobres oportunistas. Seres grises como una tubería, cuyas personalidades fallidas encontraron en lo público un protagonismo inmerecido. Los escuchas hablar y te da asco compartir el mismo idioma; ciertos cerdos deberían mascullar y habría que tratarlos a patadas. El contraste es simple, pasaron de ser medianamente humanos a bestias intoxicadas por el poder. Ahora bien, el poder es una palabra demasiado golosa, muy empalagosa para bichos vulgares. De ser medianamente humanos se convirtieron en pequeños monstruos sin talento. Dictadorcitos de habitaciones pequeñas. Enanos insaciables que decrecen segundo a segundo. Y para no reír más por él, por esa basura que tengo frente a los ojos, termino este breve homenaje al político de banqueta.
La amable explosión esta
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La lenta, casi imperceptible marcha de todo continúa en sus revoluciones y
sus inescapables giros. No hay manera de saber cómo, pero es ineludible el
he...
Hace 3 años