Allá al fondo se rompe una taza. En la superficie, los ojos hacen el mapa de la mismidad y luego prosiguen su movimiento, sin un orden. Ojos que saben ser ojos. En este universo cada planeta no es un mundo. Nada es como es. Eso de ahí es una jícara. Eso de allá, es un costal. Hacia el poniente unas bolas de billar rebotan sobre la mesa. Pareciera que este universo se dispuso con cierto fin. Por ejemplo, el fin silla y los culos agradecidos. El fin plato, oval y extendido como un planeta que se calienta con el meteoro huevo estrellado. Así se venden las cosas, pero nadie las presenta en su infierno.
Distopía objetual y utilitaria, rendida ante los dientes, falanges y narices de tanto satélite disfuncional.
Observo el mundo, mi mundo, este pequeño minotauro confundido. Me veo en él y desconozco si es real o imaginaria su expansión o contracción. Aquí sentado no puedo prometer mucho. Levantaré mis palabras, pero no podré ir con ellas.