Ser extraños en un patio. Jugar a escondernos uno detrás del otro. Seguirnos el rastro conforme la intoxicación avanza: güisqui, marihuana, una tacha –mezclados de modo celestial.
Pero no. Tu ríes por allá. Yo me asfixio en mi vómito.
La música funge como un imán que por fuerza nos atrapa, que por despropósito nos une; la gente se comporta como un himen enorme e impenetrable: una pared nebulosa de rostros, la desfiguración social, un ritual de cascajos percutidos para matar a nadie.
Ahí estamos: perdiéndonos de nosotros. Siendo los otros entre ellos. Nosotros sin nosotros. Tristes isótopos del yo, simulando el uno; acariciando el impar, jugando al individuo; representando una escena suicida del amor.
Y francamente, creo que no estamos para eso.
7 comentarios:
Esos lugares llenos de todos,
peligro!
Esos lugares donde todos, somos un gran ninguno.
una mancha amorfa, eso somos. Escurrimos...
Y luego nos secamos.
La disolución de la conciencia en medio de tanta gente es algo obsceno. Quizás por eso de pronto lo hacemos.
al sol
Más que la disolución, diría yo nuestra conversión en extraños, el abandono del somos, del nosotros por el ajetreo de cierta indiferencia, lo que nos transforma en esos tristes isótopos del yo. Un juego cruel, sin dos.
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