No quería que el ojo viera. Impedí hasta donde pude tu olor en mi olfato. Amputé mis manos, dejé que los muñones sintieran lo que en verdad es la comezón de la ausencia. Mordí el sinsabor, para que la lengua no distinguiera rastro alguno de tu saliva. Oí algunos ecos y no quise creerlos.
Hasta que finalmente, perdí la fe, y pude ser otro cuerpo más, un cadáver en potencia.
La amable explosión esta
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La lenta, casi imperceptible marcha de todo continúa en sus revoluciones y
sus inescapables giros. No hay manera de saber cómo, pero es ineludible el
he...
Hace 3 años
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