Las palabras no me lloran. Eso pudo escribirlo el hombre que fui en el futuro. Me miro; dejo que el rito falaz de imaginarme suceda sin que las pestañas se doblen. El curso del tiempo ha sido una suerte de fascinación enfermiza que me cuenta los minutos.
Atrás: nada. Adelante: todo. Mientras tanto la inacción.
El culo -sujeto central de la vida- sostiene educadamente la gravedad del instante. Una silla, un sofá, son el trono necesario para reinar en una habitación partida entre el silencio y la oscuridad. El instante, más que fotografía, es un lienzo traicionado. Detrás de la imagen la palabra. A veces, lo inverso. La palabra precediendo la imagen.
Nunca hay confort. Todo se estira y contrae en un juego que ya no divierte. El tedio del saber volvió venenoso el río de la conciencia. Nada escapa a este destino. Ni siquiera tu propio culo, que te sostiene mientras lees esta inútil reflexión.
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