Cuando llegas al límite de la piedad pero no has llegado al límite del odio te vuelves pusilánime, vil: trashumas desperdigando mediocridad. Cuando al leer al otro redefines la miseria; la supuesta alegría que defeca pasa ser una alergia mental, un espasmo cerebral: ultimátum de la especie. Cuando el frío deja sus zapatos y asciende hasta el alma, seguimos mirando hacia arriba, nunca hacia abajo; pensar es estar en esa cumbre. Cuando caemos en la trampa del asombro y lo dado se torna extraordinario, la proximidad o lejanía de la muerte exclama pena o regocijo. Cuando aparecer es perfeccionar la ausencia y la ausencia es la perfección de la soledad, el mundo instaura su nueva piel: anverso y envés. Cuando el entorno es una pieza suelta del rompecabezas y cada objeto se rinde ante la horma: estar perdido es una gracia única, insoslayable. Cuando el ruido es una forma articulada de fuga, una red que integra los silencios traicionados: callar es un arte y una bendición necesaria. Cuando el desierto se convierte en norma óptica y el paisaje es un conjunto hemipléjico ilimitado y los otros son el gran ninguno: nace el espejismo. Cuando observas a las miniaturas bricar entre las raíces sin levantar la vista hacia las ramas: justicia divina nos asiste. Cuando los absolutos se deprimen y los relativos se exprimen, los medios oprimen el botón de emergencia, pero eso tampoco ha funcionado: desencanto. Cuando la esquizofrenia existencial crea el falso dilema de ser y no ser, Hamlet refrenda su papel de payaso y el hombre su rol de parodia: inercia.
De cuando en cuando sucede todo lo contrario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario