Mi país es una mancha alargada sobre la sábana. Saca el pie esguinzado. Su brazo se desborda de un lado a otro –intenta ocultar el arma con la que se volará la sien. Su corazón, tan quieto como una pelusa, retiembla en el centro: un centro vacío, una florida oquedad, el hueco que deja la amnesia.
Mi país baila sobre una roca. Gira al ritmo de una nuez ardiente. El universo lo casca. El viento lo pule como a una navaja de cien millones de filos. Mi país no es un puente: el abismo es su terraplén. No flota, se hunde. No anda, desanda.
A mí país lo habitan millones de moscas que, contentas, giran sobre la mierda que la historia le ha dejado.
Viven el festín, ángeles ya sin dios; dioses que cayeron tan bajo y ahora, humanos son: unos tales para cuales.
Unos hijos de la chingada.
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