martes, 29 de junio de 2010

Primer ajuste de cuentas con la vida.


Heme aquí, abriendo un helecho. Sentado en unos cuantos minutos de espacio, o en un espacio diminuto que se va como tiempo. Quiero mirar atrás y todo es lo mismo: el contenedor recibe la basura con los bazos abiertos; no hay margen para reciclar los buenos recuerdos de los fusilamientos.
Frente a mí, un acantilado dice: “salta”. Es el mismo de siempre. El único que no se va, ni vuelve. Es ese que tiene mi nombre y no te tiene a ti. Es ese que desde hace siglos provoca una risa filosofal que aún retumba en la miopía de occidente: el ser.
Estas cosas no pasan en la vida, pasan en la mente. Este, debería ser un texto que diga cosas de la vida, pero ¿cómo escribir sobre algo que se escapa permanentemente, que enmudece, que muta hasta deformarlo todo? ¿Cómo se agarra ese jabón, esa anémona, esa baba histérica que se regocija en lo inasible?
La vida se vive y la vida se muere. Pensarla o escribirla es hacer una pausa que cuando menos lo esperas, te transforma en cerdo.
Heme ahí.