Llevé a Santiago de Chile mis piernas. Regresé con un ejército de pies hinchados. Las piernas son camino y también son llave. Las abrimos y el compás acude para trazar el paso. En tus piernas desplegadas vi una forma de pasar de mi desierto a la humedad. Jamás hubo un trópico como el tuyo. Nunca, una zancada que de tan quieta me pusiera a volar. Te habría llamado chilena, pero no lo supimos. Me habrías llamado mexicano, lo mismo da. Nos perdimos, como grafitos bajo toneladas de pintura en el barrio de Providencia. Luego regresamos cada uno al silencio de un no lugar.
Andando.
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