Jamás celebré el día de muertos. El resto del año ignoré a los vivos. Reducido a una masa bioquímica, nerviosa y decadente, me tiré a contemplar el espectáculo cotidiano de la fantasmagoría. Estuvo una o dos veces en la misma amnesia. Cargado siempre de timbres postales para ubicar el desperdicio de la geografía. Recolectando piedras que molí para extraer arcilla y conformar el Tótem, el Golem de mi propia demencia medieval. Pensé en Cloto ¿para qué articular los destinos de lo ajeno, para qué maquillar tanta palidez en las caídas mejillas de esta humanidad? La flecha sabe que si no mata cae. La presa sabe que si no muere sufrirá. Y heme aquí, trashumando. Siendo hielo, resistiendo a la muerte disfrazada de verano. Sabiendo que detrás de las palabras no hay heridas, sino la pereza de pensar. Viendo cómo el odio intenta golpearme.
Yo sigo adelante.