En tres maletas cabe un exilio. Tres pares de zapatos. Una botella de tequila a medio tomar. Un sombrero café que uso poco. Hay un ropero donde cuelgo mis disfraces humanos. Hay muchas sombras sin doblar. Tengo la cantidad suficiente de cigarrillos como para no preocuparme en días.
Hay casi una decena de películas que cumplen cabalmente su función de llenar, vaciar y rellenar el tiempo, aunque el tiempo, se sabe, es un barril sin fondo. Hay mucho silencio y de vez en cuando ladran unos perros. Hace poco oí maullar a un gato y estuve a punto de saltar por la ventana para verlo.
Amo los gatos, son criaturas maravillosas y simples.
He sentido permanentemente la sensación de no estar realmente en ningún lado. En una ocasión, una bruja francesa me leyó el I Ching y el resultado, por decir lo menos, fue casi exacto: mi figura en la vida era la del Andariego. Andar por la vida, por las palabras, por el mundo; no encontrar la forma de anclarme en un lugar.
Espiritualmente soy una nube, el viento me mueve, me crea el calor, me derramo, formo tormentas, doy sombra y frescura, pero también desaparezco con la elegancia de un susurro.