Hemos estudiado al hombre desde ángulos tan disímiles que a estas alturas resulta imposible no considerar a la defunción como la categoría integradora por excelencia del ser humano. Nacer y morir son los únicos hechos que nos igualan ¿para qué desgastarnos en exhaustivos análisis del ridículo episodio llamado vivir? Lo común de estos dos sucesos es la nada. Al recién nacido y el cadáver los une la desposesión y luego la descomposición. La cultura es la descomposición en vida. Proceso sin el cual un humano sería incapaz de reconocerse un esclavo necesario, un militante inconciente de los rituales de su era. La putrefacción es el proceso final de la descomposición. Luego el espacio entre las nadas, es un subterfugio de la esperanza convertido en condena y frustración: la historia. ¿Qué se puede esperar de una especie cuyos saltos cualitativos y cuantitativos se miden en función de la innovación y cómo olvidar que la consecuencia de toda innovación, es un retroceso, una máscara que enseña un solo lado? La sofisticación científico-tecnológica es tan solo un atenuante del objetivo ulterior: el poder, el control, la explotación. Fuera de esto, todo es anómalo. El arte, la política, la filosofía, la religión, la revolución, son esas fallas, esas fugas que tanto consuelan a la humanidad. La posibilidad del cambio es necesaria para evitar el suicidio masivo y esto lo saben quienes dominan. Sea pues, usted una nada responsable de sí misma y muera en paz.
La amable explosión esta
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La lenta, casi imperceptible marcha de todo continúa en sus revoluciones y
sus inescapables giros. No hay manera de saber cómo, pero es ineludible el
he...
Hace 3 años
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