No
voy a negarte que un hombre como yo también siente celos. Llegan a mí de una
manera insospechada y poco coherente. Por ejemplo, envidio al vecino
desconocido que vive en la calle Bruselas, esquina González Luna; afuera de su
casa hay una Jacaranda que en Marzo despunta orgullosa.
La puedo
ver cuando salgo a fumar, sentado en una banqueta que también es una suerte de
banquillo de los acusados, la observo mientras me vuelvo humo y el humo se
vuelve olvido.
O
como aquella vez que me dijiste que saldrías con anciano de ochenta años,
sobreviviente de Auswicht al que, sin conocer imaginaba hermoso, vivo y lleno
de cicatrices. Imaginé que sus heridas abiertas conectaban con tus heridas
abiertas. Que los sesenta años que te llevaba lo volvían un joven ante tus ojos
ávidos de conocimiento.
Ese
día y otros más, en lo más recóndito de mi condición humana escudriñé el
mensaje secreto de la vida que nos dice que, no importa el tiempo sino la
lentitud con que nos anda o la rapidez con que nos permite llegar al otro para
quedarnos ahí.
3 comentarios:
Leerte es inevitable, y me arrastra a pensamientos absurdos. Porqué aquellos otros hablan de lo que saben, y me hablan directamente, cuando saben que no me conocen?
Lo he preguntado varias veces. Me han dado un manazo, y me han dicho que algún día comprenderé, que eso, no es cosa mía...
Mientras tanto, yo sigo mirando mi frasco de hormigas...
No sé, yo soy celosa...
Un gusto encontrar tu blog.
Saludos.
Hace mucho que curé de los celos, quizá nunca supe reconocerlos y los llamé envidia. Envidio a la brisa que roba la humedad de tus labios. Envidio las horas que no te permiten estar a mi lado. También envidio a aquella que vela tus sueños sin iluminar tu espíritu. Envidio tu mundo sin mí. Pero no envidio esa curiosidad que sientes en estos momentos al preguntarte si soy yo o no soy la que te escribe.
Publicar un comentario