Yo solía elevarme tal y como lo hacen las bolsas de plástico
en los callejones. Era cosa de dejar a una ráfaga de aire ser una ráfaga de
aire, sin preguntarle de qué parte del viento venía, ni a qué parte de la nada
me pretendía llevar.
También solía quedarme quieto como un corcho al que no se
le sonríe, y del que unas uñas adiestradas y disciplinadas, podían, en un corto
lapso de tiempo, convertir en una breve pila de escombros.
No sé si en eso
radica una parte de mi felicidad o de mi tristeza, solo describo episodios del
ser y del estar.
Ahora bien, las bolsas de plástico y los corchos de botellas
no agotan las metáforas. Tampoco pretendo que así sea, pero acaso alguien ha
advertido que estos simples objetos desafían nuestra enferma idea de libertad o
sea yo un payaso que eso cree, acaso eso suceda o no, mi idea de ser y estar
está y es cada vez más lejana y ridícula.
Quizá por eso desaparezco: des a par
es ser.
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