Pienso en un barco y entonces, palabras tales como navegación, mar, estrellas y timón se alinean en el horizonte. Quiero navegar. Sé que el mar no es uno solo. No es el magneto calmo pegado al frigorífico. Pero tampoco es la postal mostrando la tempestad, como gesto único del océano.
Observo las estrellas, el tintineo como certeza de cada noche, un trazo que indica como llegar y también, la repetición, lo mismo, el eterno retorno dibujado en mapas astrales. Cojo el timón para no olvidar que en su aspas habita toda dirección. Allá el giro, por acá la vuelta. Cartografías milimétricas que no son nada si no sabes leer el viento, el oleaje y peor aún, si hay nubosidad.
Mi conclusión es simple y a la vez compleja: la idea del barco no puede concebirse en solitario. En ese viaje debe estar tú.
2 comentarios:
Para campear el cambio, para encontrarle las esquinas a las olas y el color a las tormentas, hacen falta una palma y cinco dedos a los cuales aferrarse.
Un barco solitario es siempre una maldición.
Y uno no puede sino agradecer la existencia de tripulación.
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