Abrir la ventana es buscar una referencia. Puede ser el horizonte, una rama, el viento. Cada movimiento, voluntario o involuntario se registra ahí a manera de sucedáneo. No hablemos de devenir, ocupémonos del tránsito y quizá también del encuentro entre el anhelo y la imposibilidad.
Uno se puede quedar mirando por horas a través de ella: la ventana es el encuadre de una fuga. Una suerte de geometría que se las arregla para ser un segundo párpado, uno cristalino, uno que incluso hace las veces de puente entre la isla del otro y tu propio aislamiento.
A mi me gusta que las ventanas entrañen algo más que una apertura respectiva; me gusta que funjan como tendencia a la nada, como episodio de frustración, como vano intento por salir, como insinuación de posibilidades, como renglón abierto o cosa rasgada.
Una ventana que no cumpla con estos requisitos, tendrá que ser cerrada. Una persona que no sea como una ventana será descorrida y una vez hecho esto, a ver quién la halla, a ver quién se asoma, a ver quién se queda ahí detrás mirando pasar la vida, esperando que alguien llegue y la abra.
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