Nacieron de un hueso que por descuido quedó a la intemperie. Quizá se trataba de un fémur, a juzgar por su longitud y forma. Se olvidaron del mito de la costilla y en apenas unos segundos adoptaron su nueva forma inhumana. Pasaron por alto el hecho de ser un eslabón interrumpido entre el olvido y el polvo. Ni de lejos se acercaban a la forma de un pensamiento extraviado, enfermo, extenuado de algún Dios periférico.
De sus moldes no emergían gemidos, ni suspiros. Carecían de un nombre. Eran un bosque, una secreción, un flujo inconsecuente, ajeno a remitentes u horizontes fijos. Eran libres para esclavizarse a una eternidad y a una libertad donde la esclavitud misma no representaba un final, ni un fin, ni un medio, ni un concepto, ni una sombra, ni un edicto, ni un significado, ni un triunfo, ni una derrota.
Eran el tiempo. Eran un río. Eran la suma infértil de los anhelos. Eran la utopía. No eran humanos. No eran como nosotros. Eran un espejo fusionado. Eran el miedo derrotado. No eran resistencia. Eran el futuro. Son lo que dejamos de ser al ser lo que dejamos siendo lo que pensamos que seremos.
1 comentario:
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