viernes, 8 de octubre de 2010

1974

El viernes se aposta del cielo para mirar como me estiro. A lo largo y ancho de un segundo ocurre todo y también, todo deja de ocurrir. Una caricia en la nada vale tanto o más que cualquier rasguño con pretensiones de eternidad. Pienso en cosas que no quieren llegar a cicatriz: el aire que domina las cometas y mece los árboles; plantas de agua; gatos encerrados; taza semivacía de café semidulce. 
Me afianzo al suelo que a estas alturas es un tablero hipnótico de extrañas amebas cuadradas. Entre el suelo y mis pies hay un intruso que, para precisar llamaremos chancla. No importa de dónde viene, pude haber sido Nueva York, a los pies del Flatiron, cuando de reojo veía los cerezos y al cerrarlos hablaba con Bruno -el italiano que recién me había ofrecido trabajo- ¿Por qué hay recuerdos que se empeñan en que uno no toque el suelo? Rechanclas, recuerdos. 
Es viernes, lo importante es que este día comenzó un primero de enero de mil nueve siete cuatro. Salud por el siglo que viene. Ah, no.

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